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Torocaca/por el amor de dios/Augías

Abr 10, 2015 | Artículos | 0 Comentarios

Torocaca/por el amor de dios/Augías

[blockquote author=»Alvaro Alemán / Quito, Ecuador» pull=»normal»]Torocaca es mi propuesta de traducción de la palabra en inglés “bullshit”; se trata de un improperio común de un tipo específico.[/blockquote]

Torocaca es mi propuesta de traducción de la palabra en inglés “bullshit”; se trata de un improperio común de un tipo específico. Su significado es amplio aunque en general se refiere a una afirmación sin sentido. El término se emite como respuesta a una comunicación o a una acción que se percibe como engañosa, insincera, diseñada a embaucar, o falsa. Al igual que muchos términos similares, la palabra se utiliza como interjección o como distintas partes del habla (puede ser un verbo o un adjetivo por ejemplo) y puede tener múltiples significados. “Torocaca” así se relaciona en distintas maneras con la patraña, el disparate, la bobada, la tontería, la estafa, las sandeces, la monserga, la bazofia o porquería, las necedades, paparruchas, babosadas, chorradas, pamplinas, jaladas, cachos, y bolazos. Como verbo, en las distintas tradiciones coloquiales del español, con boludear, chingar, joder, cargar, mentir y como frase con el cuento chino y la macana aunque existen expresiones más sintonizadas con la dimensión lúdica del concepto. Una de ellas:” todo el oro que cagó el moro y toda la plata que cagó la gata”

Aun así, la correspondencia entre el término y sus parientes hispanohablantes, cercanos y lejanos no es jamás exacta, algunas versiones son demasiado vulgares, otras demasiado cultas, unas variantes demasiado literales, otras excesivamente figuradas. Un parentesco apropiado aparece con una variante común y reconocible, expresada solo en ciertos contextos, aquellos cuando se reconoce abiertamente el contenido fraudulento de un discurso mediante la frase “todo eso es una mierda”. Aun entonces, la equivalencia semántica “mierda” es excesivamente general y engañosa, le falta un marcador léxico que separe un tipo de deposición de todos los otros, que distinga el estiércol vulgar del profano, éste del simbólico y del expresivo y todos ellos de aquel que es capaz de llevar nuestra credulidad al límite. En suma, lo que le falta a la plasta es el toro; de ahí el neologismo torocaca, ofrecido aquí con fines exclusivamente filológicos e interesados en la exactitud.

El uso de torocaca en inglés (bullshit) para caracterizar el discurso es de origen incierto, una conjetura es que parte de una referencia despectiva a los edictos papales llamados “bulas” (de bulla, o sello, añadido a un documento), otra vincula el término a un abogado famoso por ser absurdo, un tal Obadiah Bull, un irlandés que vive en Londres durante el reino de Enrique VII. Aunque la máxima autoridad en todo ello, el diccionario de inglés de Oxford (OED por sus siglas) no reconoce el uso del término en su forma moderna—como lenguaje pretensioso, trivial, insincero o habla o escritura falsa—sino hasta 1915. La primera constatación escrita de este uso, dice el OED, se remite al poeta anglosajón Thomas Stearns Eliot, ganador del premio nobel de literatura en 1948. Eliot, durante sus primeros escarceos literarios escribe, entre 1910 y 1916, un poema que titula “The Triumph of Bullshit” o “El triunfo de torocaca”, escrito en la forma de una balada. Aunque la palabra en sí no aparece en el texto y aunque Eliot nunca publicó el poema en vida, la correspondencia de grandes figuras literarias de la época lo mencionan, el pintor y novelista británico Wyndham Lewis, el poeta norteamericano expátrida Ezra Pound y el mismo James Joyce se refieren al poema de Eliot y despliegan el término en su correspondencia.

Aquí el inicio del poema (dirigido en particular a un segmento de la sociedad literaria londinense que había hecho crítica negativa de la incipiente obra de Eliot).

Señoras a que he dirigido mis atenciones/Si consideran que mis méritos son pocos/pálidos, alambicados,/ Rotundos, sinsabores, fantásticos,/ Monótonos, malhumorados, constipados/ Galimatías impotentes/Afectados, posiblemente imitados,/Por el amor de dios, métanselo por el culo/

El final del poema parece describir, ostensiblemente, como dice el título del mismo, “El triunfo de torocaca”: Y cuando pises con pie plateado/Entre las teorías dispersas en la grama/Asume con los demás buenas intenciones/Y después por el amor de dios, métanselo por el culo.

El filósofo Harry G. Frankfurt publica un estudio sobre la presente temática en 1986 en la prestigiosa revista Raritan en un artículo titulado “En torno a torocaca” (o en una traducción alternativa, “Sobre la charlatanería”, aquí se puede descargar el archivo en castellano). Frankfurt inicia su ensayo, recogido en numerosas publicaciones posteriores y ampliado a la forma de un libro (2005), con una reflexión en torno a la enorme cantidad de torocaca que encontramos hoy en día. Se trata, dice el autor, de un producto inevitable de la vida pública “donde las personas se sienten impelidas con frecuencia—ya sea debido a sus propias proclividades o por las exigencias de los demás—a expresarse con extensión sobre asuntos de los que son, en cierto grado, ignorantes”. ¿Por qué hay más torocaca hoy que en épocas previas? La respuesta obvia parecería ser la revolución en comunicaciones que vivimos todos, el internet ha creado una exigencia interminable de información y, como dice Timothy Noah simplemente no hay suficiente oferta de verdad. Así, lo que recibimos es torocaca. Existen señales preocupantes de que los consumidores incluso han desarrollado el gusto por ello. El contexto educativo no es extraño a esto: los estudiantes prefieren cada vez más, charlatanes bien vestidos y elocuentes en lugar de maestras sabias e informadas que en lugar de hablar con palabras simples y en actitud condescendiente expresan, a su propio ritmo, el contenido complejo de una vida de aprendizaje.

“Tanto al mentir como al decir la verdad, las personas se guían por sus creencia respecto a cómo son las cosas. Esto les ofrece guías en tanto intentan o describir el mundo correctamente o describirlo engañosamente. Por esta razón, la mentira no descalifica a una persona de decir la verdad de la misma manera en que lo hace torocaca. . . el torocaquista ignora estas demandas del todo. No rechaza la autoridad de la verdad, como lo hace el mentiroso, para oponerse a ella. Simplemente la ignora. En virtud de ello, torocaca es un mayor enemigo de la verdad que la mentira misma. Como tal, torocaca puede ser o verdadero o falso; por lo tanto, el torocaquista es alguien cuyo principal objetivo—al emitir o publicar torocaca—es impresionar al escucha o al lector con palabras que comuniquen la impresión de que algo se hace o se ha hecho, palabras que no son ni verdaderas ni falsas, para así ocultar los hechos incontestables del asunto en discusión. . . En contraste, el mentiroso debe conocer la verdad del asunto en discusión, para mejor ocultarla del escucha o el lector a quien engaña con una mentira; en tanto la única preocupación del torocaquista es el ascenso personal y la ventaja a su propia agenda”.

En otras palabras: es imposible mentir para cualquier persona, a menos de que piense que conoce la verdad. La producción de torocaca no requiere esa mínima convicción. Una persona que miente por lo tanto está respondiendo a la verdad y en esa medida, es respetuosa de ella. Cuando una mujer honesta habla, solo dice lo que cree que es verdadero; para el mentiroso es análogamente indispensable que considere sus propios enunciados como falsos. Para el torocaquista, sin embargo, todo esto es innecesario: no está ni del lado de la verdad ni de la mentira. Su mirada no está en absoluto puesta sobre los hechos, como es el caso de la mujer honesta o del mentiroso, salvo en tanto sea pertinente a su interés de que se acepten sus enunciados. No le importa que lo que diga describa la realidad correctamente. Simplemente elabora, o inventa, para lograr sus objetivos. Y sin embargo, a diferencia de la mentira profesa y detectada, que se enfrenta con respuestas como la indignación, el escarnio y la ira, un torocaquista encara una recepción más tibia: la desestimación, el desdeño, la incredulidad pasiva ante la temeridad de su ejercicio.

Torocaca, así un tema que cada vez más se convierte en una preocupación formal dentro de las humanidades, a tal punto que se anuncia ya el advenimiento de la torocacología, se define en su mayor parte de forma negativa; es decir, como una forma de no mentir. El análisis de Frankfurt—que él mismo admite dista mucho de ser la última palabra—señala que no hay nada que distinga a torocaca al momento de identificarla ya sea a nivel de forma o de contenido. Su especificidad radica fundamentalmente en la intención y el desdén por la verdad que asume el torocaquista. ¿Cómo discernir entonces el torocaquismo de otros tipos discursivos? ¿Es posible determinar con precisión la intención de una persona que se expresa?

La proteica y esquiva naturaleza del lenguaje contribuye así a volver aún más compleja la determinación del sentido de las cosas; aunque aquello no quiere decir que el torocaquismo (y sus cultores) se exonere(n) de responsabilidad del todo. Es más, se podría decir que la función inicial de la filosofía y de las humanidades, tal como fue enunciada por Sócrates, es precisamente denunciar la torocaca a nombre del legítimo conocimiento. Cultivar un aprecio bien ganado por el auténtico esfuerzo que toda verdad requiere y paralelamente, un rechazo al excremento (de) ganado.

De esto precisamente trata una de las tareas de Hércules en la mitología, la limpia de los legendarios establos de Augías; el quinto trabajo. Euristeo encarga a Hércules la misión de limpiar de excremento estos gigantescos establos, con el fin de humillar y ridiculizar al héroe, en un solo día. El hijo de Zeus lo hace, abriendo un canal que atraviesa los establos y desviando por él el cauce de los ríos Alfeo y Peneo, que arrastran toda la suciedad. En una muestra histórica de la condición discursiva de torocaca, devenida ahora, quien sabe si por vez primera, figura idiomática, el propio Augías, furioso por el logro de Hércules (a quien había prometido, de tener éxito, parte de su ganado) se niega a cumplir su promesa, alegando ante los jueces que el trabajo lo habían realizado los ríos. Euristeo, a su vez, el proclamador de los trabajos de Hércules, se niega a reconocer la hazaña como parte de los 10 trabajos, aduciendo que Hércules había sido contratado por Augías.

La limpieza de los establos se convierte así en una figura de la responsabilidad cívica enunciada por Sócrates hacia los ciudadanos libres: es nuestra responsabilidad remar a contracorriente de la propaganda (¿la popóganda?), de la distorsión de los hechos, aun cuando esta se haga a nombre de la oposición a la manipulación mediática, o a nombre de “valores” ambiguos y etéreos. La limpieza del excremento no es en absoluto una tarea denigrante, es precisamente aquello que nos hace humanos. La limpieza del excremento humano nos sitúa, entrega a la conciencia nuestra responsabilidad ante los recién nacidos y ante los que se aproximan a la muerte, nos recuerda nuestra propia condición abyecta e iluminada a la vez, como en la genial figura del gallo que canta sobre un promontorio de excrementos.

La limpieza de torocaca debería ser una tarea cotidiana y consciente de parte de nosotros, necesaria, algo que nos debemos a nosotros mismos en tanto sujetos libres y responsables. Y esto es así máxime si entendemos, tal como fue expresado en enero del 2013 por el programador Alberto Brandolini, que “la cantidad de energía necesaria para refutar torocaca es una orden de magnitud mayor a la que se requiere para producirla”. Ese es el principio de asimetría de torocaca o como se conoce hoy en día, la ley de Brandolini.

Cuando a Hércules se le negó lo prometido, éste inicio un largo período de enfrentamiento armado en contra de la Elide, de quien Augías era el rey. Años más tarde, Hércules derrota al torocaquista Augías y para celebrar esta victoria, la primera de su tipo, aquella que se nos presenta como modelo de la lucha contra la charlatanería,instalan, en conmemoración, los Juegos Olímpicos.

 

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