Nuestro Catálogo
César Dávila Andrade
Cuentos
Se irguió súbitamente, como si esquivara un golpe. Acezaba. Sin volverse, echó a caminar hacia la calle que se anunciaba con móviles luces a través de los árboles.
“Ataúd de cartón”
Esa tarde situada no sé por qué tan allá, tan atrás de cierto tiempo de humo que quizá no existió realmente. En la quinta de los Villacrés, a donde se dirigieron muy juntos, amándose. Ella tenía cosquillas en la cintura. Estuvieron acostados en el llano, detrás de una cerca de pencas; los tréboles eran tan abundantes, que uno terminaba por ver tréboles oscuros en el cielo, cuando alzaba los ojos. Entonces él, levantándose y sintiéndose aún húmedo de amor, se puso a recoger unas ramas secas de aliso, y les prendió fuego. El humo les perseguía a ratos, como una vaca azulosa, y ellos, abrazados, pretendían esconderse cada cual en el cuerpo del otro. El humo embestía mansamente, lentamente. Pero les vencía el aroma y el ardor de la vida.
“La batalla”
Le siguieron en silencio uno detrás de otro. Y todos iban pensando: Él lo sabe todo. Algo querrá decirnos. Él nos enseñó a dispersar un rebaño y a separar la víctima. Él nos enseñó el golpe de flanco que derriba. Él nos enseñó a elegir las nubes que hacen invisible nuestro plumaje. Se detuvo sobre una planicie negra y angosta que terminaba a pico sobre el occidente. Parecía un gigantesco trampolín encallado contra el cielo. Al fondo, bajo el sol oblicuo, fulguraba el mar lejano, semejante a una piedra pura, derretida. La costa remedaba solo un reflejo que se persiguiera en su vaivén, desconociéndose a sí misma.
“El cóndor ciego”
Sobre el autor
Cuenca, 1918. Hijo de un matrimonio de escasos recursos económicos, Dávila Andrade abandona sus estudios de escuela secundaria en procura de empleo y trabaja en diversas ocupaciones, desde dependiente de venta de llantas hasta amanuense y barman. Viaja a Guayaquil y luego a Quito en busca de empleo y se radica en la capital desde mediados de la década de 1940; una vez establecido en la capital, Dávila Andrade da a conocer sus primeros poemarios, colabora con la revista Letras del Ecuador y, en poco tiempo, se convierte en la voz más importante de la literatura ecuatoriana de su tiempo. Su labor como narrador, poeta, periodista y ensayista se ve interrumpida con frecuencia debido a un pronunciado alcoholismo; a la vez, su interés por el esoterismo y el pensamiento religioso oriental motiva el calificativo por el que será conocido durante el resto de su vida, «Fakir». Luego de una década de fecunda labor creativa, Dávila Andrade se traslada a Caracas, con su esposa Isabel Córdova. En Venezuela, el ecuatoriano colabora con diversas publicaciones periódicas y adquiere una reputación literaria firme. La década de los 50 constituye su producción más importante; tanto en prosa como en poesía, Dávila Andrade produce una obra rutilante, extraña y asombrosa que incluye desde sus poderosos Trece relatos (1955) a su ruptural Boletín y elegía de las mitas (1959). La producción literaria de Dávila Andrade se extiende durante los años 60 del siglo pasado y se detiene con su suicidio el 2 de mayo de 1967.
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