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Infancia Muerta

Abr 10, 2015 | C.D.A. | 0 Comentarios

Infancia Muerta

Aquellas alas, dentro de aquellos días.
Aquel futuro en que cumplí el Estío.
Aquel pretérito en que seré un niño.

Desierto, tú quemaste la quilla de mi cuna
y detuviste a mi Angel en su Agraz.

La madre era ascendida al plenilunio encinta,
y en un suceso cóncavo
trasladaba sus hijos a sus nombres
y los dejaba solos,
atados a los postes de los campos.

Arrimada a su paño de llorar,
venía la Nodriza,
tan humilde
que no tenía derredor ni Dios.
Yo le besé en la piel los labios más profundos
de su cuerpo,
y desperté en el fondo de su vientre
al Niño sucesivo que no muere.

Hermanos: nuestras edades crecían en silencio
-codo con codo-
en ese tiempo de antes, siempre solo.
El primogénito, con su alma ya en pecado,
y el último de la mano aún de su Angel.

Jugamos diez lejanas vacaciones
y hallamos tréboles equivocados.
Oh Auroras, oh Albas, oh Beatrices,
en vuestras fiestas íntimas nos vimos
sin el espejo que podía recordaros.

Entonces, sin hablar, ya nos dijisteis:
«Antes de que estos ángeles no mueran,
no se puede entregarles el Secreto».

En mi circuncisión viose brillar el rostro de una muerta.
Piel vagabunda, descendiste,
y ardió en el viento el cuerno de la Bestia.

Pero ya nuestra casa está sola de hermanos
y llena de la aguja de la madre.
Y la aguja nos mira,
con su luz apoyada en una lágrima.

Se abren los horizontes del orgasmo.
Luciérnagas y Novias sonríen con el ombligo.
Nuestras hélices flotan en la plegaria.
Llega la bestia que ha de conducirme
a los frescos osarios del Altísimo.
Chorrea el Tiempo entre las comisuras.
Y en el último cielo de los siglos
revolotean las Tres Manos de Dios

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